EL LIBRE ALBEDRÍO
Toda elección que hacemos en la vida la hacemos por alguna razón. Nuestras decisiones se basan en lo que nos parece bien en determinado momento y sopesando todos los factores. Algunas cosas las hacemos por un intenso deseo. Otras cosas las hacemos sin ninguna consciencia de deseo en absoluto. No obstante, existe el deseo, de otra manera no escogeríamos hacerlas. Esta es la esencia misma del libre albedrío: elegir de acuerdo con nuestros deseos.
Jonathan Edwards, en su obra “La Libertad de la Voluntad” define la voluntad como “aquello por lo cual la mente elige”. No cabe duda de que los seres humanos ciertamente hacen elecciones. Yo elijo escribir; tú eliges leer. Voy a escribir, y la acción de escribir se pone en marcha. Sin embargo, cuando se añade la noción de la libertad el problema se complica terriblemente. Tenemos que preguntar: ¿libertad, para hacer qué? Incluso el calvinista más apasionado no negaría que la voluntad es libre para elegir lo que desea. Incluso el arminiano más apasionado estaría de acuerdo en que la voluntad no es libre para elegir lo que no desea.
En cuanto a la salvación, la pregunta que surge es: ¿qué es lo que desean los seres humanos? El arminiano cree que algunos desean arrepentirse y ser salvos. Y, que otros desean huir de Dios y con ello cosechar la condenación eterna. El arminiano nunca deja en claro por qué las personas tienen deseos diferentes. El calvinista sostiene que todos los seres humanos desean huir de Dios mientras El Espíritu Santo no realice una obra de regeneración. Esa regeneración cambia nuestros deseos para que podamos arrepentirnos libremente y ser salvos.
Es importante notar que incluso los no regenerados nunca son forzados contra su voluntad. Sus voluntades cambian sin su permiso, pero siempre son libres de elegir como quieran. Por lo tanto, somos perfectamente libres de actuar como queramos. Sin embargo, sin embargo, no somos libres para elegir o seleccionar nuestra naturaleza. Uno no puede simplemente declarar: “De aquí en adelante desearé solo el bien” como tampoco Cristo podría haber declarado: “De aquí en adelante desearé solo el mal”. Aquí es donde nuestra libertad termina.
La caída dejó intacta la voluntad del hombre, puesto que todavía tenemos la facultad de elegir. Nuestras mentes han sido entenebrecidas por el pecado y nuestros deseos están sujetos a malos impulsos. Pero todavía podemos pensar, elegir y actuar. No obstante, algo terrible nos ha ocurrido. Hemos perdido todo deseo de Dios. Los pensamientos y los deseos de nuestro corazón son de continuo solo para hacer el mal. La libertad de nuestra voluntad es una maldición, porque todavía podemos elegir de acuerdo con nuestros deseos, y elegimos pecar y por lo tanto quedamos sujeto al juicio de Dios.
Agustín afirmó que, aunque todavía tenemos un libre albedrío, hemos perdido nuestra libertad. La libertad real de la cual habla la Biblia es la libertad o el poder de elegir a Cristo como nuestro. Pero hasta que el Espíritu Santo no transforme nuestro corazón, no tendremos ningún deseo por Cristo. Sin ese deseo nunca lo elegiremos a Él. Dios debe despertar nuestra alma y darnos un deseo por Cristo antes de que nos sintamos inclinados a elegirlo.
Edwards dijo que como seres humanos caídos retenernos nuestra libertad natural (el poder de actuar según nuestros deseos), pero perdemos la libertad moral. La libertad moral implica la disposición, la inclinación y el deseo del alma hacia la justicia. Esta inclinación es la que se perdió en la caída.
Toda elección que hacemos está determinada por algo. Hay una razón para eso, un deseo detrás de eso. Esto parece determinismo. ¡De ninguna manera! El determinismo enseña que nuestras acciones están controladas completamente por algo externo a nosotros, lo que nos obliga a hacer lo que no queremos hacer. Eso es coacción y es lo contrario a libertad.
¿Cómo se puede determinar nuestras elecciones sin coaccionarlas? Porque han sido determinadas por algo dentro de nosotros: por lo que somos y por lo que deseamos. Han sido determinadas por nosotros mismos. Esto es autodeterminación, que es la misma esencia de la libertad.
Desde luego, para que elijamos a Cristo, Dios debe cambiar nuestro corazón. Eso es exactamente lo que Él hace. Él cambia nuestro corazón. Nos da un deseo por Él, que de otra manera no tendríamos. Entonces lo elegimos por el deseo que está dentro de nosotros. Libremente lo elegimos porque deseamos elegirlo. Esa es la maravilla de su gracia.
BIBLIA DE ESTUDIO DE LA REFORMA
NOTAS TEOLÓGICAS
EL LIBRE ALBEDRÍO
PÁGINA 1236
Sara De Gracia
Community Manager en CLC Panamá. Egresada de la Univ. Tecnológica de Panamá con una Lic. en Sistemas Computacionales. Labora en CLC Panamá desde el 2004, y actualmente trabaja en el área de Redes y Mercadeo. Casada con Francisco Camaño.