La epístola a los Filipenses es la epístola de la experiencia, pero de la experiencia según el poder del Espíritu de Dios. En ella aprenderemos esta lección: aunque podemos fracasar, es posible andar según el poder del Espíritu de Dios; no porque la carne sea cambiada -pues no hay perfección aquí abajo-, sino que es posible obrar siempre de manera consecuente con la vocación que nos muestra a Cristo en la gloria como meta y premio de nuestra carrera.
Esta epístola no trata del pecado (la propia palabra pecado no se encuentra en ella) ni tampoco de lucha alguna en el verdadero sentido de la palabra, no porque aquel que corre ya haya, recibido el premio, sino que él sólo hace una cosa: corre por el poder del Espíritu de Dios, procurando alcanzar el premio.
Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.