Los gálatas - así como todos los creyentes del período de la gracia - habían sido librados de la esclavitud del pecado para ser introducidos en la plena libertad de los hijos de Dios. Por la fe habían recibido a Cristo como su Salvador. Eran salvos por gracia. La fe en Cristo había sido el punto de partida para poseer todos sus privilegios. Eran hijos de Dios que gozaban de la libertad de la gracia, y la gloria de su Salvador les estaba asegurada para el porvenir. Pero esta escena, tan bella como sencilla, pronto cambió. Maestros judaizantes, adversarios encarnizados de una gracia sin mezclas, habían arribado para enseñarles que debían añadir algo a lo que habían recibido mediante el ministerio de Pablo.